22 de xullo de 2011

HORRORES Y ERRORES (IV)

Con esta entrega, y a menos que, como dije la semana pasada, alguna de las inocentes ovejitas que me envían sus textos me haga recapacitar con algún horror salido de quién sabe qué oscuras profundidades del infierno lingüístico —sí, yo también os tengo aprecio, criaturitas—, termino mi compendio particular de pesadillas literarias, aunque no lo despido todavía, porque las cosas que me quedaban en el tintero han ocupado mucho más de lo que esperaba, así que no me ha quedado más remedio que dividir esta entrada en dos partes.

Hasta ahora os he hablado sobre mis peores fobias en materia de escritura, aunque hay mucho más. Hay muchas más trampas, muchos más fallos, muchos más horrores y errores que acechan en el proverbial callejón oscuro, esperando para asaltar al ingenuo escritor y convertir su texto en algo incomprensible, ilegible, o al menos muy diferente de lo que planeó en un principio. Ya comenté que hay decenas de cosas que pueden sacarme a patadas de la lectura y, creedme, lo dije literalmente: no es una, ni son dos. Son decenas. Hay muchos escollos que superar a la hora de sacar un relato adelante —o un artículo, o una novela, o…— que sólo se pueden superar con la práctica y que, por mucho que alguien intente señalároslos o corregíroslos, tenéis que ser vosotros mismos los que los veáis y aprendáis a superarlos.

Pero siempre se pueden dar algunos consejos, corregir algunos malos hábitos, y a eso es a lo que voy a dedicar estas últimas entradas, aunque creo firmemente que, si bien el escritor se hace, sobre todo nace, y es el instinto el que termina por hacer oficio, y ni un millón de correctores o consejeros mejor o peor intencionados puede sustituir lo que sólo puede conseguirse con un cierto talento innato, que no todo el mundo tiene. Sí, bien, es duro. Pero ¿qué queréis? Yo soy completamente sorda para las notas musicales, y siempre quise saber cantar. Oh, claro, puedo aprender. Todo puede aprenderse con la dosis apropiada de esfuerzo. Pero jamás cantaré como alguien que ha nacido con un don para la música, y ni una miríada de entregados maestros de canto van a cambiar eso. Del mismo modo, por muchos talleres literarios a los que asista alguien sin un mínimo talento, nunca podrá escribir como otra persona que sí lo tiene. Quizá es una idea “políticamente incorrecta”, pero es que, francamente, a mí la corrección política me la trae al pairo. Lamentable, lo sé.

Pero partamos de la base de que si alguien se ha planteado escribir es porque tiene lo que se necesita para hacerlo. No siempre es así —la falta de autocrítica es un mal muy común—, pero necesitamos partir de algún sitio, y esa es una premisa tan buena como cualquier otra para empezar. Así que aquí tenemos a nuestro escritor, plantado delante de su ordenador, con los dedos nerviosos sobre las teclas, una idea bullendo en la cabeza que pide a gritos ser escrita, y un folio en blanco —o su homónimo virtual— ante sus ojos.

Punto primero: no dejéis que nadie os engañe. No hay nada más tentador que un folio en blanco. Sí, es cierto: he escuchado mil veces eso del pánico a la hoja en blanco pero, en serio, son chorradas. Tenéis una historia que os ha empujado ante el teclado, y ahí está ese folio virgen, esperando que lo cambiéis para siempre con vuestras palabras. El subidón al escribir la primera frase es como un chute de adrenalina. Disfrutadlo. Saboreadlo. Sólo pasa una vez por historia.

¿Entendido? ¿Superado? Pues entonces ya podemos pasar al puñado de cosas que se deberían tener en cuenta antes de lanzarse al vacío. Por supuesto, y como casi cualquier otra opinión que pueda dar, son las cosas que yo considero importantes. Habrá quien señale otras, y me parece bien. No soy una autoridad en la materia, ya lo he dicho. Sólo sé lo que me gusta y lo que no, y he metido la pata tanto como cualquiera escribiendo —y en un montón de cosas, pero eso no viene al caso—, y a fuerza de empotrarme contra los mismos errores una y otra vez, he acabado por deducir que existen varios puntos que, necesariamente, hay que tener en cuenta. Otros habrán deducido otros, del mismo modo que yo tengo mis fobias y otros tendrán otras.

Así que, una vez instalados cómodamente ante el teclado, veamos si podemos no darnos un sopapo del quince nada más comenzar.

IV. Es obvio. O debería serlo.

Para empezar podría decir que para escribir, como para casi todo en esta vida, hay reglas. Aunque, bueno, la verdad es que yo siempre he pensado en ellas con el mismo espíritu del código de los piratas: son más bien unas directrices generales. No creo en los «se hace así porque siempre se ha hecho así y no hay otra forma posible de hacerlo», pero sí creo que para saltarse las normas, primero hay que conocerlas. Y después decidir si tienes lo que hay que tener (literariamente hablando, no nos malinterpretemos) para no tomarlas en consideración en absoluto. Como todo lo que es artístico y creativo, los trucos y las normas no sirven para todo el mundo, y no funcionan de igual forma para todos. Y el que algo “se haya hecho siempre así”, no quiere decir que tenga que seguir haciéndose del mismo modo en el futuro. Hay que reinventar, o todo se anquilosa y se muere. Pero tampoco es buena idea echar a correr antes de saber andar, así que es conveniente tener una idea general del En Q Diablos Me Estoy Metiendo, y para eso hay que tener claros unos cuantos asuntos antes de tirarse a la piscina. Asuntos como el punto de vista, el tiempo verbal y el esquema de la historia.

Y la semana que viene hablaré de cada uno de estos temas con detalle pero, por el momento, quedaos con esto: no es mi intención dar una clase magistral de escritura, algo para lo que, por otra parte, ni estoy cualificada, ni maldita la falta que me hace. Y, como tendréis ocasión de comprobar, es fácil ver, y soy muy consciente de ello, que todo lo que voy a decir se podría resumir del mismo modo: es así, pero puede ser de otra manera.

Frustrante, ¿no? Bueno, ¿qué esperabais? ¿Un milagro? Nada es tan simple como parece en un principio, y demos gracias a los dioses por ello.

6 comentarios:

  1. Inocentes ovejitas...

    ¿Asi tratas a tus clientes? Equis De

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  2. En mi descargo debo decir que no son "clientes", sino colegas escritores :)

    Y además, en persona (correo/comentario de Word) les llamo cosas aun peores. La sinceridad brutal y poco cortés forma parte de mi natural encanto. Es como... la marca de la casa (equis de, equis de, equis de)

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  3. ¿A que parece increíble?

    Supongo que me aguantan porque realmente mejoran, y porque saben que cuando les digo: "Eh, esto es muy bueno" es completamente cierto. Es como House: "¿Quieres un médico que te aguante la mano mientras te mueres, o uno que te insulte pero te cure?"

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  4. En ese caso prefiero que me cure pero sólo para poder denunciarlo después por difamación.

    Por cierto tus horrores también me parecen muy buenos.

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  5. Demandarlo... Me gusta cómo piensas XD

    Y gracias, aunque mis "horrores" no son más que mi terrible personalidad puesta sobre el papel, como casi todo lo que escribo XD

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