14 de setembro de 2012

LA ODISEA DE SER LEGAL.

Antes de contaros mi experiencia, vaya por delante que no defiendo ni critico la piratería. Como buena gallega que soy, no tomo partido -en público, al menos- si puedo evitar hacerlo, y este tema tiene para mí demasiados afluentes como para sentirme cómoda decantándome por una postura u otra.

Dicho esto, también tengo claro que las editoriales, las discográficas y hasta el vecino cuasianalfabeto del cuarto que ha escrito un relato en fanfiction, se llenan la boca con el tema de los derechos de autor, la caída de las ventas y la madre que parió a la cabra. No voy a entrar en el daño que la piratería puede hacerle a las editoriales —y hablo de editoriales porque el mundo de la literatura es el que me toca de cerca y al que voy a referirme en este momento, pero podría hablar de cualquier otra cosa— y no voy a hacerlo porque ya he tratado ese tema en otras ocasiones y creo que mi postura está clara: los avances tecnológicos os han pillado con el culo al aire, gente, y os modernizáis o morís, así de simple.

Sólo un apunte: el precio de los ebook, salvando ofertas puntuales, es escandaloso. Podéis hablarme del IVA, podéis contarme lo que queráis sobre los derechos de autor, podéis pintármelo de colores y con purpurina. Lo que tengo claro es que no tiene sentido que un libro que no tiene gastos de distribución, ni de impresión, ni de comercialización, porque ya está hecha para la copia en papel, cueste apenas cinco o seis euros menos que su homólogo tangible.

Pero claro, el beneficio es el beneficio, ¿verdad?

Lo que ocurre es que, en tiempos de crisis, querer seguir manteniendo un margen de proporciones similares al tamaño de una isla pequeña puede hacer que se te desmorone el chiringuito en menos tiempo del que tardas en decir «Sálvese quien pueda».

Pero si me pongo a hablar del tema no paro, así que empiezo con lo que venía a contar desde el principio: mi experiencia con las descargas legales.

Como lectora compulsiva, me encanta el papel. Cuando un libro me apetece, me lo compro en papel porque tengo ese punto de fetichismo coleccionista que compartimos todos los que leemos por pura necesidad vital. Pero tengo un e-reader, claro. ¿Quién es el guapo que leyendo más de veinte libros al mes no tiene un e-reader o no se ha planteado comprárselo?

Así que estaba dando vueltas por la Web de la Casa del Libro y encontré una oferta estupenda para una saga que me habían recomendado: cuatro libros por unos once euros. Teniendo en cuenta que ya le había echado —mea culpa— un vistazo a los libros que se podían encontrar por la red, y comprobado que la traducción haría sangrar los ojos a cualquier lector de pro, y que ya tenía pensado comprarme la edición en papel, me pareció una oferta estupenda. Más que nada porque los cuatro libros en papel me iban a costar muchísimo más que esos once euros.

Total, que empiezo el tedioso proceso de registrarme, dar los datos de mi cuenta de paypal y demás. En apenas cinco minutos, todo resuelto. Pulso el botón de «compra en un clic» y antes de que quite el dedo del ratón me ha llegado un correo con los detalles de mi compra. Esto promete.

Después de unos minutos de confusión que sólo puedo achacar a mí misma, porque no tenía muy claro cómo funcionaba la página, localizo mi libro… Y descubro que tengo que bajarme el Adobe Digital Editions para poder descargar el fichero en mi equipo. Vale, ningún problema. Pincho en el link que me ofrecía la propia página, y me encuentro en la Web de Adobe. Busco el link para descargar… Y no funciona.

Lo intento de nuevo.

No funciona.

Con un enorme suspiro de resignación, me voy a Google y localizo una descarga desde otro servidor. Aquí es donde las cosas ya empiezan a parecer un pequeño cachondeo, ¿no? Quiero decir: Adobe es gratuito y ofrece descargas de sus productos desde su propia página y yo ¿tengo que ir a buscarlo a Burkina Faso y alrededores para descargarlo desde otro sitio? En fin…

Mientras descarga, consigo el ID de Adobe (leerse las instrucciones es lo que tiene, puedes adelantarte) y cuando instalo por fin el programa, conecto el reader e introduzco el ID. Supuestamente, ADE iba a reconocer mi reader y preguntarme si quería autorizar a ese equipo.

Supuestamente.

En la práctica, como de costumbre, el programa no «veía» mi lector, pese a ser uno de los equipos compatibles incluidos en la lista que ellos mismos ofrecen.

Resignada, desconecto el reader, reinicio el ordenador e inicio de nuevo el proceso. Nada. Que si quieres arroz…

Como una ya es perro viejo en esto de pelearse con programas que se creen más listos que tú, mientras desconecto una vez más el reader y lo vuelvo a conectar, busco la solución al problema en Google.

Después de bucear entre un montón de información confusa, descubro que tengo que instalarme la librería de Sony y seguir unos cuantos pasos incómodos. Maldigo en un par de idiomas que conozco y en alguno más que me inventé por el camino. Había conseguido esquivar la librería de Sony hasta ese instante, pero al parecer no me iba a quedar más remedio que instalarla. Me pongo a ello mientras hago que ADE descargue mi libro.

Una vez instalada la librería, cómo no, ésta tampoco reconoce mi reader. Pero sí reconoce mi ID de Adobe, así que es probable que lo más difícil ya esté hecho. Reinicio el equipo una vez más, y de esta sí, todo perfecto.

Dos horas después de haber comprado los libros, por fin puedo pasarlos al reader.

Vale, hagamos un inciso antes de seguir. A mí me gusta la tecnología y soy muy testaruda. Puedo pasarme horas peleándome con un programa o intentando resolver un problema o tratando de conseguir que mis máquinas hagan exactamente lo que quiero y no lo que quieren ellas. Ahora, imaginaos a alguien que no tiene demasiada idea intentando resolver todo este farragoso asunto. Puede terminar con las neuronas en las manos y una bonita camisa de última moda, de esas que atan las mangas a la espalda, y un vale descuento para unas vacaciones en una habitación acolchada. Porque no es que el proceso sea precisamente simple. ¿Hace falta que os pregunte lo simple que es hacerlo de forma «irregular»? No, verdad. Pues eso.

Primer handycap.

Vale, pues después de la odisea con el ADE, la librería de Sony y la testarudez de ambos programas, por fin tenía mis libros perfectamente instalados en el reader y, oh, milagro, no me salía el irritante mensajito de «protegido por gestión de derechos digitales». Como una niña con zapatos nuevos, me voy a la cama y empiezo a leer…

Uh…

A ver, a ver, a ver… ¿Qué pasa aquí?

Los cuatro libros de la saga están en un único fichero .epub. Casi mil quinientas páginas de librito. Pero ¿en serio? Vale, paciencia. No importa. Es posible que el reader tenga un momento de hipo al intentar gestionar todo el asunto, pero tampoco es para ponerse nerviosos.

¿O sí?

Pues sí, porque el genio que montó el .epub fue tan inteligente como para poner el último libro en primer lugar. Por supuesto, un cerebro tan dotado como para colocarlos así, no ha tenido la ocurrencia de ponerles un índice.

¿Y ahora qué hago? Pues lo más obvio: pulso la tecla de «buscar» e introduzco el título del primer libro para que me lleve a él.

Ilusa de mí.

Lo repetiré despacio: mil. quinientas. páginas.

Así que cuando mi pobre cacharro se quiso poner a buscar, pues se quedó gagá. Bloqueadito del todo. Y mi reader es tan testarudo como su dueña, así que sacarlo de su estado de letargo es un proceso tedioso e incómodo. Tienes que volver a conectarlo al ordenador, permitirle que cargue y desconectarlo de nuevo, porque el reset funciona cuando le sale del conco.

Cuatro veces tuve que hacerlo, mientras probaba distintos métodos para llegar al primer libro.

Resumiendo: a las cuatro de la mañana, tras haber empezado mi compra a las once de la noche, todavía no había conseguido leer ni una línea.

Hoy, armada de paciencia, decidí poner en el buscador del reader la palabra «capítulo», y así fui buscando capítulo por capítulo, hasta llegar al capítulo uno del libro que andaba buscando.

Pero fue un esfuerzo para el pobre bicho, una vez más, así que cuando quise volver la página… volvió a colgarse.

Así que, dieciocho horas después de haber pagado once euros por un fichero mal montado, sigo sin poder leer. Hasta que llegue a casa y desbloquee el cacharro de nuevo, y a ver si no me vuelve a pasar.

Y si es así, me rendiré y aceptaré que tengo que «romper» el .epub, modificarlo y dividirlo en cuatro archivos y volver a meterlo en el reader con el práctico, simple y siempre funcional Calibre. Es decir: voy a hacer algo «ilegal» para poder leer una copia mía y sólo mía, y adquirida de forma perfectamente legal.

Y porque yo sé hacerlo…

Ahí, adaptándose a los nuevos tiempos, mis queridas editoriales.

Ya no es por el dinero. Ya no es porque las editoriales se aprovechen de nosotros. Es que tener una copia ilegal instalada lleva como mucho ocho minutos. Y eso si eres tan quisquilloso como yo y te pasas el .pdf a .rtf, lo modificas a tu gusto y lo conviertes en .epub. Sino, en menos de un minuto está todo el proceso terminado y te puedes poner a leer.

Renovarse o morir, dicen. Así que, mis queridos señores de las editoriales: o simplifican, o se dedican a plantar lechugas transgénicas en Sri Lanka, porque no es normal tener que sacarse un master en programación para poder leer un puñetero libro que apenas es más barato que la copia en papel. Copia que, como es lógico, no da ninguno de estos problemas. Después, cuando la piratería les coma la cuota del mercado de los ebook no digan que no se lo advertimos.

Queremos ser legales, de verdad.

Pero es que no nos dejan.

1 comentario:

  1. Al menos al final pudiste solucionarlo... Pero es verdad que no se lo están montando nada bien. ¿Cuatro libros en el mismo archivo y encima desordenados?¿Tanto les cuesta permitir hacer cuatro descargas o meterlos dentro de un archivo comprimido?

    Mis primeras compras de libros digitales permitían descargar directamente el EPUB y tan ricamente. La primera odisea fue con un libro que compré en la FNAC.
    También me tuve que bajar el Adobe Digital Editions y me dio un montón de problemas para reconocer mi lector y permitir copiarlo en él. Pero no tantos como a ti. Supongo que tuve suerte...

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