24 de xuño de 2011

HORRORES Y ERRORES (I)

Muchos de los que leemos de forma habitual hemos pensado alguna vez en sentarnos delante de un procesador de textos y ponernos a escribir nuestra propia historia. Algunos lo hemos hecho, con mayor o menor suerte, y otros quizá estéis pensándolo en este mismo momento, o lleváis algún tiempo dándole vueltas a la idea.

Mi primer consejo es evidente: hacedlo. Nunca sabréis si sois capaces si no lo intentáis. Así que, adelante: sentaos delante del ordenador, colocad las manos sobre el teclado, y a ver qué sale.

Parece fácil, ¿verdad? ¿O muy difícil?

En realidad, es ambas cosas.

Por una parte, está esa historia en tu cabeza, empujándote a que la pongas sobre el papel; y por la otra… Por la otra están todas las trampas en las que puede caer un escritor novato —o novel, si os resulta menos ofensivo—, esperando detrás de cada recodo de tus frases para morderte en la yugular.

No soy una autoridad en la materia —más quisiera—, pero sí sé unas cuantas cosas que se deben evitar, y otras que se deben tener en cuenta. Empecemos por lo obvio:

I. Para escribir, hace falta saber escribir.

Qué tontería, ¿no? Es evidente que si no sabes escribir, no puedes escribir. Por supuesto, pero yo me refiero a escribir bien. No, no hablo del estilo, ni del uso de recursos literarios, ni de los trucos del oficio, que más tarde o más temprano se acaban aprendiendo.

Hablo de lo más básico, de aquello sobre lo que se sostiene todo: la gramática y la ortografía.

Esta es una discusión que he mantenido mil veces, con mil interlocutores distintos, y en decenas de ambientes diferentes, y sigo sin entender las posturas contrarias a la mía por muchas veces que intenten explicármelas. Si no dominas las palabras, la forma adecuada de escribirlas y utilizarlas ¿cómo vas a poder expresar las ideas que tienes en la cabeza?

Un cirujano debe saber utilizar un bisturí; un carnicero no puede prepararte un filete si no es capaz de usar sus cuchillos; un bailarín tetrapléjico no sería nadie en el Kirov…

Todas las profesiones tienen sus herramientas, y las de un escritor son sus palabras. Y no admito que me digan que el corrector de Word hace ese trabajo: me parece una actitud cómoda e irresponsable. Y además, no hace tan bien su trabajo, creedme. Si me dieran un euro por cada vez que el corrector de Word ha dejado pasar una falta de ortografía garrafal, estaría forrada. Tened en cuenta que, en muchas ocasiones, al cambiar una sola letra en una palabra, ésta quiere decir algo completamente distinto, y sin embargo, un corrector ortográfico jamás la considerará errónea. Pongamos como ejemplo una que, a mí personalmente —y presumo de tener pocas o ninguna falta—, siempre me trae de cabeza: ¿acerbo o acervo? Tienen significados diferentes por completo, y sin embargo, ambas son acertadas desde el punto de vista ortográfico, así que un corrector nunca os las señalará.

Y no hablemos de los signos de puntuación. Por mucho que vuestro procesador de textos disponga de un corrector gramatical, os garantizo que no sabe colocar las comas y los puntos en su sitio. Eso por no hablar de otros asuntos más enjundiosos, como el uso de la raya de diálogo, en el que, directamente, los correctores no aciertan una.

Los correctores tampoco pueden enseñaros el uso apropiado de los tiempos verbales, y eso es algo con lo que los gallegos en concreto tenemos que pelearnos todos los días. La maldición de que en nuestra lengua no existan los tiempos compuestos pende sobre nuestros teclados como la espada de Damocles cada vez que nos sentamos a escribir en castellano (sí, he dicho castellano. El gallego también es español). Pero no es algo que nos ocurra sólo a los gallegos. Un ejemplo: la construcción hubiera/habría. No soy capaz de contar cuántas veces he corregido frases del tipo: si lo hubiera sabido, lo hubiera hecho. ¿Eh? ¿Qué es essso, tesssoro? La forma correcta es: si lo hubiera sabido, lo habría hecho. ¿De dónde diablos ha salido ese segundo pretérito imperfecto de indicativo, en lugar del condicional? Pues bien, el tan alabado corrector de Word, se pasa ese tipo de errores por el forro de… la programación.

Yo desactivé mi corrector hace mucho tiempo. Por una parte, porque así me obligo a fijarme bien en lo que estoy escribiendo. Por otra, porque me resulta molesto que me señale faltas que no son tales, y que me indique errores de concordancia que no tienen ningún sentido («Sugerencia: sacudió el cabeza confuso» ¿Pero qué me estás contando, Mr. Word?). Y, sobre todo, porque —salvo algún zarpazo aislado, que nadie está a salvo de ellos— no me hace falta usarlo: me he esforzado mucho para no tener faltas, para aprender el uso apropiado de los signos de puntuación, y para mantenerme al día de las actualizaciones de la RAE. Y creo firmemente que cualquiera que pretenda dedicarse a escribir, ya sea para hacer de ello su profesión, o como simple aficionado, debería poder decir lo mismo.

Otro argumento que suelen usar para rebatirme es que las editoriales disponen de correctores, tanto de estilo, como de ortografía y gramática. Pero, aunque sólo sea por orgullo, ¿en serio os parece buena idea enviar un texto a una editorial plagado de horrores ortográficos y gramaticales? ¿Qué dice eso de vuestra historia, de vosotros como escritores? «Eh, mi idea es genial, pero ya, si eso, que se encargue otro de arreglarla y/o escribirla». A mí se me caería la cara de vergüenza, pero supongo que de todo hay…

Así que vuelvo a mi premisa original: las palabras son herramientas, y deben ser usadas correctamente. Leo a muchos escritores aficionados, y puedo deciros que cuando me envían un texto para que lo corrija o les dé mi opinión, ésta se suele formar en los dos primeros párrafos: si están plagados de faltas, no sigo leyendo. Me importa muy poco que la idea para la historia sea genial, o que los personajes sean estupendos. Si no se usan las palabras adecuadas —o escritas de la forma adecuada— para narrar esa historia, o definir esos personajes, no soy capaz de centrarme en la lectura. Sí, soy una talibana ortográfica, no me decís nada que no sepa ya. Demasiadas veces me han acusado de eso, y está muy lejos de parecerme un insulto.

Seguiré creyendo siempre que una buena ortografía y una buena gramática son las mejores cartas de presentación para un texto.

Y no, no uso lenguaje SMS ni cuando tecleo en el móvil…

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