1 de xullo de 2011

HORRORES Y ERRORES (II)

II. Palabras y “palabros”.

Reconozco que mucho de lo que voy a decir es una opinión puramente subjetiva, y probablemente habría mucho que criticar a esa opinión. Pero, qué queréis que os diga, yo también tengo derecho a tener mis opiniones y son tan válidas como las de cualquiera.

Y en este tema, tengo unas opiniones más que firmes, que se resumen en una simple máxima: sencillez, por favor, sencillez. Una prosa cuidada, no es necesariamente una prosa barroca, o rebuscada. La palabra más inusual, o más extraña a nuestros oídos, no es necesariamente la más correcta. Ni de lejos… A eso es a lo que me refiero cuando hablo de “palabras y palabros”: a la tendencia de algunos escritores al barroquismo más insidioso.

No me malinterpretéis: no tengo nada en contra de la prosa “poética”. Dependiendo del tema, dependiendo de la historia, incluso me parece imprescindible. Pero, del mismo modo, dependiendo del tema y dependiendo de la historia, también me parece más que prescindible. Quiero decir: Poe no sería lo que es, si hubiera escrito sus pesadillas de borracho con la prosa de Bukowsky (a quién personalmente detesto, pero eso es otra historia), y al "realismo sucio" de Bukowsky no le pegaría nada una prosa gótica y recargada. Una historia no es solo una idea: es una gramática y una ortografía, como dije la semana pasada; es un conjunto de personajes “vivos” y con “alma”, con los que el lector pueda empatizar (o a los que pueda odiar a muerte, ya puestos); y es un lenguaje apropiado a lo que se quiere contar. De nada sirve tener una de esas cosas, y fallar en las demás. La historia se cae, literariamente hablando.

Y, ya desde un punto de vista puramente práctico, esos “palabros” encierran una trampa mortal para la mayoría de los escritores noveles: no saben cómo usarlos correctamente. Parece increíble, pero es así. En las correcciones que acostumbro a hacer de relatos de escritores aficionados, me he encontrado de todo: desde palabras “extrañas” que no quieren decir lo que el autor piensa (ni de lejos), hasta palabras usadas con la preposición incorrecta, pasando por diálogos que parecen de chicle precisamente por el uso de esas palabras. Seamos serios: la gente “normal” no habla como en un teatrillo del siglo XVIII. La gente normal usa muletillas, expresiones adquiridas, titubea, dice tacos… La prosa no resulta más brillante por hacer que nuestros personajes hablen como… bueno, como personajes y no como personas reales.

Es cierto, lo dije antes, y lo repito ahora: soy una firme defensora de la naturalidad y la sencillez, y no me avergüenzo lo más mínimo de ello. Creo que la prosa no debe descuidarse, pero tampoco hay que forzarla. No sirve de nada buscar la palabra más difícil, si esa palabra no es la más precisa, o la que mejor encaja con el tono general de la obra. Eso no le da al texto mayor calidad, sólo lo hace, en la mayoría de las ocasiones, más farragoso e incomprensible, y sumerge al lector en una confusión absoluta.

Escribir no es demostrar que se saben muchas palabras, que se conoce el diccionario de cabo a rabo. Es poner el corazón en las teclas, y contar la historia que siempre quisiste leer, tal y como siempre quisiste leerla. Tan fácil y tan difícil como eso.

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