15 de xullo de 2011

HORRORES Y ERRORES (III)

Y seguimos. Tercera y pienso que penúltima entrega, a no ser que en los próximos días reciba algún texto para corregir, se me abran las carnes con algún fallo garrafal y me inspire para otra entrega.

III. Y tú, ¿quién **ño eras?

No, no me refiero al autor, aunque podría ser. Hay tantos desconocidos —algunos porque se lo merecen, muchos otros porque… Bueno, porque para todo hay que tener suerte—, que bien podríamos estar hablando de ellos. Pero no, en esta ocasión me refiero a otros pobres seres aun más maltratados que los escritores desconocidos. A esas tristes criaturas que no pueden defenderse, porque no tienen más voz que la que otros les otorgan. Estoy hablando, por supuesto, de los personajes.

Veréis, si de leer hablamos, hay poca gente tan omnívora como yo. Me trago desde best sellers a autores desconocidos; desde literatura fantástica a novela histórica; desde microrelatos a sagas infinitas; desde libros maravillosamente bien escritos y ejecutados, hasta lo que yo llamo literatura de verano. Ya sabéis, esos libritos absurdos que sólo sirven para pasar el rato, y que olvidas en cuanto pasas la última página…

Dicho esto, podría pensarse que leo cualquier cosa, y que no tengo criterio. Bueno, es una forma de verlo, supongo, pero os aseguro que no hay nada más alejado de la realidad. A pesar de que en cuestión de literatura, como he dicho, como de todo, hay decenas de cosas que me pueden sacar a patadas de la lectura, que me hacen lanzar el libro al otro extremo del sofá con una maldición más o menos grosera dirigida a su autor (bien, lo de lanzarlo lo he solventado con la adquisición del e-reader, pero lo de acordarme de todos los muertos del osado escritor todavía no he conseguido corregirlo). De dos de ellas ya he hablado —la mala ortografía y los “palabros”— y ahora viene la tercera, probablemente la que más nerviosa me pone: los personajes planos. De verdad, hay pocas cosas que deteste más que estar leyendo una novela y confundirme los personajes. Odio pensar: «¿Eh? ¿Y este tío no había muerto? Pues va a ser que no. Entonces, ¿quién era? No me suena de nada». Y tener que volver páginas y más páginas hacia atrás, hasta descubrir quién era ese tipo que no me había quedado grabado porque… Bueno, porque lo mismo podía ser él, que el vecino de la esquina.

Hay muchos autores, incluso consagrados, que son incapaces de “empatizar” con sus propias criaturas, de conocerlas, de enamorarse de ellas. Porque, en definitiva, de eso se trata: de “colgarte” con tus personajes para querer pasar un rato con ellos todos los días, saber lo que les ocurrirá, cómo van a salir de los líos en los que los metes, cómo van a reaccionar, cómo progresarán…

No es fácil “dotar de vida” a un personaje, lo reconozco. Obliga al autor a plantearse quién es ese ser que ha salido de su imaginación: cuáles son sus miedos, sus objetivos, sus aficiones. Cómo reacciona bajo determinadas circunstancias. Qué gestos, qué expresiones le son propias…

Es un esfuerzo, cierto, y obliga a mirar cada personaje con lupa, y a encajar en él un puñado de detalles que lo hagan único y perfectamente reconocible. Sí, desde luego, es más fácil ponerle un nombre y dejarlo ahí para usarlo cuando conviene, y centrarse en La Historia, así con mayúsculas. Sí, mucho más fácil. Pero, diablos, son vuestros personajes. Los habéis creado. Les habéis dado vida. Sois sus “padres” a falta de una palabra mejor. Y es cruel plantarlos en la historia y abandonarlos a su suerte sin una personalidad, sin nada que los haga especiales, sin ofrecerles la oportunidad de crecer, de evolucionar y madurar. Y con madurar no me refiero a poner un párrafo en la narración que diga que el tío se ve más maduro, y ya que el lector saque sus propias conclusiones. Los lectores no son idiotas, ni hace falta darles todo hecho, pero hombre, tampoco es cuestión de que hagan ellos todo el trabajo.

La gente tiene sus manías, sus tics, sus frases hechas. A algunos nos vuelve locos el helado de chocolate y otros prefieren el jamón serrano. Hay gente invernal y gente que odia la lluvia. Hay optimistas, pesimistas, sarcásticos, irónicos, inocentes, dulces, crueles. Hay formas de hablar, de andar, de moverse, de vestirse, de comer… y sí, hasta de practicar sexo. Todo vale para darle vida a un personaje, para hacerlo único, para que el lector se quede con él y no lo olvide. Cualquier cosa antes de decir “se llama Juan y es alto y delgado”, y hala, carretera y manta, y Juan es igual que Pedro, y que Agustín, y que Marta, y que su santa madre y su desconocido padre.

Conoced a vuestros personajes. Enamoraos de ellos.

Y hacedles vivir.

2 comentarios:

  1. :) Me temo que sí. No me dan para más mis conocimientos sobre el tema... Pero alguna otra maldad se me ocurrirá.

    Nunca creí que diría esto, pero... gracias por la carita triste :)

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